Un Verano Color Camus

Manuel Polls


Una lectura de julio… 

Siempre que empieza el estío me gusta volver al color Camus, un color que me inventé hace ya años, mezcla de azul celeste y sol cobrizo, de perfumes y recuerdos, tras la lectura de “El verano” de Albert Camus, escritor y premio Nobel (1957) de origen argelino (cuando Argelia era una provincia más de Francia). 

Un libro sensible, profundo, arcaico y transparente, una delicia que me permito aconsejar para estos principios de julio, cuando todas las expectativas de un posible veraneo están todavía palpitantes. 

Releo ahora en “Noces. Suivi de l’Été”: “Recuerdo, al menos, a una magnífica muchacha que había bailado toda la noche. Llevaba un collar de jazmín sobre su ceñido traje azul, mojado por el sudor desde los riñones hasta las piernas. Reía al bailar y echaba atrás la cabeza. Cuando pasaba cerca de las mesas, dejaba tras de sí un mezclado olor de flores y carne. Cuando vino la noche, ya no vi su cuerpo pegado al de su pareja, pero sobre el cielo giraban las manchas alternas del jazmín blanco y de los negros cabellos, y cuando echaba hacia atrás su henchida garganta, oía su risa y veía el perfil de su danzarín inclinarse súbitamente. A tardes semejantes debo la idea que tengo de la inocencia. Y aprendo a no separar ya a estos seres cargados de violencia del cielo en que giran sus deseos.”

Albert Camus, viviendo ya en París, efectivamente viajó al mar de su infancia, el Mediterráneo que baña Argelia, para reencontrarse con el pensamiento solar que iluminó su obra, y que le vinculaba directamente con el sentido de la belleza de la Antigua Grecia. Así nace “El verano”, como varios ensayos entrelazados, con una voz tan cristalina como poética, que fue publicado por primera vez en 1954, pero que contiene diversos artículos, algunos escritos en 1939. 

“Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él”, escribe Camus, quien dice buscar en las calles de piedra el aroma de la vida. “Lo que se opone aquí es la magnífica anarquía humana y la permanencia de un mar siempre idéntico”, apunta. Como dijo Albert Lladó a propósito del alma de la estación estival según Camus: “El verano es la estación que se prepara en el corazón del invierno y en la alquimia de la primavera, y sirve, para Albert Camus y para todos nosotros, como metáfora de una creación que late cuerpo a cuerpo con el paisaje, con el olor a salitre y espuma. Podría sorprender que en este libro el pensador y dramaturgo incluya también Prometeo en los infiernos, un texto en el que explica cómo el héroe le dio a los hombres el fuego y la libertad, la técnica y el arte. Y cómo el hombre contemporáneo (y esto lo escribe en 1946) cree necesitar únicamente la técnica, observando el arte como un obstáculo y un signo de servidumbre. Pero lo que caracteriza a Prometeo, nos recuerda Camus, es que no puede separar la máquina del arte, y libera, siempre al mismo tiempo, los cuerpos y las almas.”

El verano, pues, es el terreno de juego en el que podemos derrotar al autómata que todos tenemos tan adentro, y al intruso que la dictadura actual de la tecnología nos impone. Y esto parece especialmente adecuado en la época que nos toca vivir, tan asediados por aplicaciones informáticas y múltiples retos tecnológicos, que en ocasiones nos privan del bienestar deseado y contemplativo, la mirada color Camus, hacia nosotros mismos, hacia los demás, hacia el paisaje veraniego que milagrosamente emerge año tras año. 

Camus hacía un elogio de la felicidad, muy consciente de las dificultades que conlleva acercarse a ella. Esto le llevó a ganarse las antipatías de los existencialistas de la “gauche divine”, que liderados por Jean-Paul Sartre, no podían aceptar estado de autocomplacencia alguno. Evidentemente autocomplacencia y felicidad son dos cosas bien distintas. A mí me gusta el sentido de la felicidad estival de Camus, requerido tal vez para destacar, según la teoría de contrastes, del sentimiento existencialista, más brumoso e invernal.


El sol del verano: Argel, Orán y Constantina son las ciudades rodeadas por playas en las que los jóvenes y los viejos se encuentran frente a los misterios de un mar que respira sin fecha ni calendario. “Todo un pueblo se recoge así al borde del agua, mil soledades brotan de la multitud”, nos dice el Camus. 

Nuestra amada Valencia, sede de los baños y Spa Cobre29, se encuentra justo en frente de Argel, a unos 400 km cruzando el Mediterráneo: “El Mediterráneo tiene un sentido trágico solar”, escribe en su obra Albert Camus, en “El exilio de Helena”, otro de los breves ensayos que conforman “El verano”. Ese sol perfumado del canto de las chicharras y el color de los pinos junto al mar. Momento para reencontrase con uno mismo y sus raíces, sin prisas, dejándose llevar por la intuición… “Al que todavía busca, le piden que haya terminado”. Tomémonos el tiempo de ser nosotros mismos.

Si somos lenguaje, el verano es el momento en el que transformar las carcasas de las palabras gastadas, rotas. Por eso en El enigma, un artículo de 1950, en su obra Albert Camus sostiene que ningún hombre puede decir lo que es. “Al que todavía busca, le piden que haya terminado”.

El verano, literal o alegóricamente, es una luz a nuestra espalda, un sol huido, que nos invita a romper nuestras ataduras y mirar de frente para reencontrarnos con el cálido amanecer. Explorando la luz, la luz de las palabras, a través de todas las palabras, el modo de nombrarla. No para encerrar esa luz, en un diccionario o en una cárcel de significado, sino para habitar el enigma de una vida bella e indomesticable, que no puede ser traducida por los diccionarios de traducción robótica. 

El verano cierra con un diario de a bordo que Albert Camus titula El mar, aún más cerca. “Crecí en el mar y la pobreza fue para mí fastuosa; después perdí el mar, todos los lujos me parecieron entonces grises, la miseria intolerable. Desde entonces, espero. Espero los navíos de vuelta, la casa de las aguas, el día límpido”, anota en su cuaderno.

El verano es esa estancia que se abre inesperadamente, después de que una ola desnuda y salvaje, la del solsticio, derribe las rejas y temores del invierno. De verdad os recomiendo el color Camus para estos albores del verano…


La energía que nos habita: somos energía
Manuel Polls