La temperatura comienza a descender. Las hojas de los árboles caducos cambian su color verde por tonos ocres, hasta que se secan y caen, ayudadas por el viento, que cada vez sopla con mayor fuerza…
Estamos entrando en una estación que evoca melancolía y reflexión. Es un período que nos invita a prepararnos para el invierno y a disfrutar de los regalos que la naturaleza nos ofrece en esta época del año: Desde las hojas doradas y rojizas, hasta las cosechas de frutas y verduras, como las calabazas, las manzanas, las castañas y las setas.
Todo rezuma a los colores del cobre a nuestro alrededor…
Evidentemente estamos hablando del otoño. Otoño, en castellano (del latín, la plenitud del año), fall en inglés (significa tanto otoño como caída, la de las hojas), tardor en catalán (tardanza, la época en la que el sol cada día sale más tarde). Palabras que encierran la calidez de la estación, de los colores que la envuelven y la caracterizan, vocablos que equilibran los sentimientos y que nos conducen a la singularidad de la época.
Aunque vivamos en una gran ciudad se hace evidente el cambio de colorido de lo que nos rodea. La luz ha cambiado su grado de incidencia (con el cambio del eje de rotación de la Tierra, mientras avanza en su órbita alrededor del Sol), y esa luz ahora es mucho más dorada, tanto al amanecer como en el ocaso. Y entonces llega el momento de fijarnos en las plantas a nuestro: árboles, alamedas, parques, paseos, bosques, sotos, jardines, arreates, parterres, macetas…
Ese momento de disfrutar del mundo botánico con todos los sentidos, especialmente con la vista, e incluso con el olfato y el tacto, sintiéndonos parte del paisaje y la naturaleza, un sentimiento viviente y rebosante de colorido. Es el momento de gozar con el otoño.
Habíamos estudiado de niños que los árboles se dividían entre los de hojas caducas y los de hoja perennes; estos últimamente han comenzado a ser denominados como de hojas persistentes, ya que no son realmente perennes, porque también caen, sólo que no lo hacen de golpe, sino paulatinamente; de hecho, renuevan la totalidad de sus hojas en unos dos o tres años.
Pero las tonalidades fascinantes del otoño se deben a los árboles de hoja caduca, que cambian su color antes de desprenderse del árbol justo antes de que llegue el invierno. Y este comportamiento no es aleatorio ni caprichoso, sino que está regido por leyes químicas y físicas, marcadas por la composición de las sustancias que se integran en esas hojas y por la meteorología de la estación.
Las hojas son las fábricas de alimento de la naturaleza. Las plantas cogen agua del suelo a través de las raíces, y dióxido de carbono del aire a través de los poros de las hojas. A partir de esos componentes y usando la luz solar como energía, fabrican la glucosa que les sirve para nutrirse y vivir. En el intercambio gaseoso las plantas devuelven más oxígeno al aire del que utilizaron para respirar, y fijan el dióxido de carbono, y es por ello que la fotosíntesis y las plantas ofrecen cierta esperanza frente a la contaminación y el cambio climático.
El proceso en que las plantas convierten el agua y el dióxido de carbono en glucosa es la fotosíntesis, palabra que significa «unir con la luz». Este proceso tiene lugar, sobre todo en las hojas, gracias a un pigmento denominado clorofila. La clorofila es verde, y es la responsable del color verde de las plantas.
Pero la clorofila precisa de abundante luz y también de un clima cálido para sintetizarse. Por ello, conforme el otoño avanza y decrecen las horas de luz, los días se acortan y las temperaturas descienden, la producción de clorofila va disminuyendo hasta que la planta ya no produce más. Los árboles y resto de plantas “saben” que deben prepararse para el invierno, descansarán y vivirán con el alimento que almacenaron durante el verano. Poco a poco, y a medida que el color verde se desvanece, empezamos a ver colores naranjas y amarillos. Estos colores ya existían en las plantas durante el verano, pero no los podíamos ver porque quedaban cubiertos por el verde de la clorofila.
Los rojos brillantes y los lilas corresponden a sustancias fabricadas exclusivamente en otoño. Los colores rojizos se deben a los azúcares que quedan atrapados dentro de las hojas cuando se cierran las venas de las hojas con el comienzo del otoño. Cuando estos azúcares reaccionan con otras sustancias químicas en el interior de la planta se forman esos pigmentos rojos. La luz solar y las noches frías del otoño hacen el resto, provocando que la glucosa se vuelva roja. El marrón que aparece en las hojas de algunos árboles, como los robles, proviene de productos de deshecho que se acumulan en las hojas.
Otros pigmentos como los carotenoides, que absorben las longitudes de onda de color azul y verde, reflejan tonos amarillentos y anaranjados. Se dividen en xantofilas (como la luteína) que generalmente reflejan un color amarillo, y carotenos (como el betacaroteno), los cuales suelen aportar un tono anaranjado. Estos pigmentos tienen un papel durante la fotosíntesis, aunque menor que la clorofila, pero sobre todo participan en la protección de la fisiología de la hoja eliminando los excesos de energía luminosa.
Al cambio de coloración le sigue la caída de las hojas. Así el árbol se deshace de sus hojas que de otra manera seguirían consumiendo el agua que la planta necesita para mantener sus raíces vivas durante el invierno.
Desde que empezaron a crecer en la primavera, las hojas de los árboles caducifolios se han ido preparando para el otoño. En la base de cada hoja, en el llamado peciolo, hay una capa de células especiales por la cual, durante todo el verano ha ido pasando el alimento (agua, minerales, clorofila, glucosa), desde la hoja hacia el árbol, y viceversa. En otoño, las células de esta capa empiezan a crecer y forman un material parecido al corcho, reduciendo y finalmente cortando el intercambio de sustancias entre la hoja y el árbol. La glucosa y los productos de deshecho quedan atrapados en la hoja, y sin agua fresca, la clorofila empieza a desaparecer. A medida que se forma el tapón, las células de la capa de escisión empiezan a desintegrarse, hasta que sólo quedan unos hilitos que sostienen la hoja. Un golpe de viento o el simple efecto de la gravedad se encargarán del resto.
Las hojas de los árboles de hojas persistentes tienen un recubrimiento seroso y una menor superficie, que reduce la pérdida de agua. Por otra parte, contienen una sustancia química anticongelante que permite a las raíces y a las hojas sobrevivir durante el invierno.
Estamos hablando de naturaleza y ciencia, pero el otoño es también poesía. Una estación reconfortante y de recogimiento para el espíritu, que inspira la imaginación, en la antesala del invierno nos invita a buscar relaciones humanas cálidas y amorosas.
En la provincia de Málaga, no muy lejos de Antequera, existe el llamado Bosque de Cobre, que en otoño, cuando las hojas caídas de los castaños cubren el paisaje de la sierra con un cromatismo inigualable (marrones, naranjas, rojos, amarillos y ocres derivan en miles de combinaciones cromáticas), nos permite sentirnos parte integrante del otoño, y no sólo espectadores, como en ningún lugar.
Una alfombra viva y muerta a la vez, que conspira con la luz para acercarnos a la naturaleza y hacernos sentir en paz, aprovechando las numerosas rutas y sendas que recorren este hechizado entorno.
El otoño es una de las épocas del año por excelencia en la que se puede disfrutar aún más del senderismo.
El Bosque de Cobre es uno de los enclaves donde poder admirar la belleza de la naturaleza. Ubicado entre la Serranía de Ronda y la Sierra de las Nieves, es un paraje con un encanto especial que deja una huella impresionante en quien lo visita. Es un lugar que nos ofrece una instantánea de colores amarillos, rojos y naranjas, y que hace que los senderistas disfruten de una caminata muy especial a aire libre, contemplando una imagen sin igual de este bosque.
El Bosque de Cobre es una metáfora hacia los colores del cobre, que alude al espectacular paisaje que la naturaleza regala cada año con la caída de las hojas de los castaños, cubriendo los montes de marrones, amarillos, naranjas y ocres.
Se ubica fundamentalmente en el Valle del Genal, una de las tres grandes zonas geográficas (junto a la meseta y el Valle del Guadiaro) que forman la unidad paisajística de la Serranía de Ronda, con un marcado carácter montañoso. Su relieve, formado por un conjunto de sierras agrestes y fuertes pendientes, se suaviza en los espacios circundantes como el campo de Gibraltar, la Costa del Sol o los Llanos de Antequera.
Los municipios que forman el Bosque de Cobre (Alpandeire, Benadalid, Benalauría, Cartajima, Faraján, Genalguacil, Igualeja, Jubrique, Júzcar, Parauta, Pujerra y Yunquera) cuentan con una enorme tradición en torno a la castaña. Os recomendamos visitarlos en otoño, es una oportunidad muy agradable para descubrir hermosos paisajes y una sabrosa gastronomía.
El fin de la recogida de castañas, en noviembre, da paso a los tradicionales “tostones” donde se asan castañas acompañándolas con anís, aguardientes y licores autóctonos. Fiestas que congregan a vecinos y no pocos visitantes alrededor de este importante fruto para la Serranía de Ronda. Es fácil degustar platos cocinados con castañas en los numerosos restaurantes de la Serranía de Ronda, así como comprar castañas crudas, en temporada, o en conserva a lo largo de todo el año.
Pasear por los numerosos senderos que recorren esta zona de la provincia de Málaga, que se conoce como El Bosque de Cobre es uno de los mayores placeres que cualquier persona puede experimentar. Por su belleza, por su tranquilidad, por ser un lugar único, por ser bonito en cualquier época del año pero especialmente en otoño.
Por todo ello es recomendable visitar los municipios del Bosque del Cobre, y recorrerlos a pie, despacio, disfrutando de sus sendas, huyendo del estrés de la ciudad, del ruido, de la contaminación.
¡Sintámonos parte de la naturaleza, que nos habite la serenidad de la renovación, y el bienestar interior del otoño! ¡Seamos deliciosamente otoñales!