Celebra San Valentín compartiendo nuestros masajes de agua y cobre.
“Él no puede negar que está en un estado de fluidez permanente, posiblemente haya perdido toda noción del tiempo desde que la conoció, no hay más que verle. Ha desaparecido todo el mundo ante él, y ha aparecido quien es su mundo ahora, ella. Imposible que no se fije en ella, su mundo, su estado de fluidez. Preocupado y despreocupado por todo a la vez, sin escollos o atascos psicológicos que impidan el edénico acercamiento al todo. De ella podría decirse en esencia lo mismo, pero desde otro punto de vista, su estado de fluidez es el de la reclamación de atención que su alma siempre anheló, durante toda su vida: Que otra alma se uniera a la de ella misma, de tal manera que sintiera ser el mundo entero para alguien. Ella ha empezado a motivarse por la idea de ser lo más importante para alguien, y ella lo demuestra, no le defrauda, no le engaña, no le descuida, no permite que deje de fluir el amor entre ellos, es más ha desarrollado la capacidad de conseguir enamorar a esa persona cada día, para que no termine ese intervalo de tiempo en el que ellos dos son sus únicos mundos el uno para el otro. Fluyendo como el agua en el seno del agua…”
¿Por qué insistimos la gran mayoría en que las relaciones de pareja siempre deben fluir? ¿Y si no fluyen por sí solas implica que no debieran existir?
Retrocedamos a los orígenes de la festividad de San Valentín, dedicada al amor y la afectividad. Cabe destacar que el 14 y 15 de febrero en la antigua Roma, se celebraban ya las ancestrales y muy ritualizadas fiestas Lupercales. La celebración consistía en una procesión con los ceremoniantes (lupercos) desnudos, que llevaban unas tiras o correas hechas con la piel de la cabra recién inmolada, y con ellas azotaban manos y espaldas de las mujeres que encontraban en el camino, dispuestas a ser parte de la ceremonia; era un ritual para la fecundidad. Se consideraba además que esto era un acto de purificación, la así denominada “februatio”. El cortejo poco a poco se hacía grotesco, no era un acto serio como lo había sido al comienzo de la ceremonia; los propios lupercales, animados por el público, convertían el paseo en una carnavalada cuyos gritos, cantos y bailes llegaban a ser muy eróticos u obscenos.
Tal vez por ello algunos investigadores, han afirmado que las costumbres modernas del Día de San Valentín tienen su origen en las costumbres de las lupercales. De hecho el mismo año de la prohibición de las Lupercales en Roma, Valentín fue elevado a los altares. Efectivamente en el año 494 el papa Gelasio I declaró el 14 de febrero, efemérides del día de su martirio, como el día de San Valentín.
La historia indica que San Valentín fue un sacerdote del imperio romano del siglo III. El emperador Claudio II había prohibido en aquel entonces el matrimonio entre los jóvenes, consideraba que eran mejores soldados las personas que no tenían una familia y permanecían solteros. Al considerar que esto era injusto, San Valentín desafió al emperador Claudio II, casando en secreto a parejas de enamorados, hasta que fue descubierto, y ejecutado el 14 de febrero del año 270. Por tal razón Valentín es considerado el patrono de los enamorados.
Casi 2000 años después, el concepto del amor sigue siendo controvertido y distinto en cada sociedad y/o cultura. El fenómeno amoroso es, sin duda, el más estudiado, complejo, incomprendido y multidimensional que existe; para algunos, el amor es un valor moral universal que impulsa a hacer el bien; para otros, el amor empieza en uno mismo, si nos amamos y cuidamos nuestro cuerpo, entonces amaremos la vida, la naturaleza, las personas, y si las amamos cuidaremos de ellas.
Los psicólogos canadienses Beverly Fehr y James A. Russell, indagaron sobre el concepto del amor. Elaboraron conjuntamente un estudio en 1991, donde pedían a una serie de participantes que redactaran una lista con distintas clases de amor. Los resultados de esta encuesta revelaron que el amor considerado como más prototípico fue el amor maternal. Correlativamente, los siguientes tipos de amor más prototípicos y conocidos fueron el amor paternal, la amistad, el amor de hermana, el amor romántico y amor de hermano.
Otras tipologías de amor, como el apasionado, el sexual o el amor platónico, revelan que existen diferentes clases de amor y diferentes formas de amar. Pero en todos los casos el amor se convierte en una decisión de aspirar lo mejor para el ser amado, permitir su felicidad, respetar la libertad, dar apoyo, ayuda o consejo de forma desinteresada.
Sin sometimientos ni estancamientos ni dependencias, sin barreras, sin prohibiciones, con ligereza y deseos de ligereza, el amor se hace entonces un fluir de experiencias interiores y externas, una felicidad consciente o a menudo inconsciente.
El amor es pues libertad, es fluir, conductividad. El amor no duele, no suplica, no esclaviza, no te encierra en una jaula ni se ata a nada ni a nadie. Es algo grande o pequeño, pero que siempre consigue que te sientas grande y te ayuda a fabricarte unas alas enormes porque recibes y das.
Amores fluidos, con mayúsculas o minúsculas… Cuando el filósofo y poeta Gastón Bachelard escribió su serie de tratados sobre los elementos (agua, fuego, aire y tierra), buscaba adentrarse en las vertientes materiales y emocionales —sustanciales— de la imaginación y rescatar, para el análisis estético, “la pertenencia constitutiva del ser humano al mundo de las imágenes” —en comparación, por ejemplo, al de las ideas.
En su célebre libro “El agua y los sueños”, Bachelard indagó sobre las fuerzas arquetípicas del agua como fuente del imaginario poético y amoroso, anteponiendo sus cualidades de transitoriedad, poder diluyente, o pureza a temas evidentemente relacionados con esta, como el mar o la lluvia. Para este pensador francés, las propiedades del agua la conectaban principalmente con la energía amorosa yin, femenina, y la hacían ser, de todos los elementos, el más profundo, por sus vinculaciones simbólicas con el inconsciente.
La “fisiología del agua onírica” fue una propuesta de Bachelard, entendiendo que la imagen artística es, también, un campo amoroso, poético y soluble, que bien puede reflejar aquello que en nosotros es mutable e indefinido.
Otro elemento metafórico y paradigmático del fluir, es el cobre, conocido universalmente por su ductilidad y conductividad, que permitiría teóricamente un transporte energético apenas sin desgaste, de fluir indefinido. Con un número atómico de 29, su capacidad para llevar corriente eléctrica y su alta conductividad térmica lo convierten en un material clave en la fabricación de componentes y circuitos electrónicos.
La principal propiedad del cobre que lo hace tan valioso en se debe a la estructura de su átomo y a la forma en que sus electrones se organizan en los niveles de energía. Los electrones de valencia del cobre están ubicados en la capa de energía más externa, lo que les permite moverse con relativa facilidad y transportar la corriente eléctrica a través del material.
Otra propiedad importante del cobre es su resistencia a la corrosión. A diferencia de otros metales, como el hierro o el acero, el cobre no se oxida fácilmente al entrar en contacto con el oxígeno o la humedad del aire. Esta resistencia a la corrosión lo hace ideal para su uso en aplicaciones electrónicas en las que se requiere una larga vida útil y una alta confiabilidad. También por supuesto para el arte escultórico en sus aleaciones con el estaño (bronce), pero también con el arsenio, fósforo, aluminio, manganeso y silicio.
Agua-fluidez y cobre-conductividad, aliadas con la comunicabilidad, y no sólo metafóricamente relacionadas con la necesaria ductilidad del sentimiento afectivo y amoroso.
Gracias a los masajes basados en la sensualidad terapéutica del agua y del cobre, podemos alcanzar un nivel espacio-temporal absolutamente afín al instantánea y eterna sensación del fluir del amor.
Tanto si tu situación amorosa o de amistad se sitúa en lo apasionado y romántico, como si se emplaza en lo entrañablemente familiar, una celebración de San Valentín en el templo del agua y del cobre de Cobre29, parecen absolutamente recomendables y asequibles. Te esperamos.
Y sobre todo, en el día del amor y la afectividad, no olvides de amarte a ti mismo, pues el sobrenadante de ese amor será el que luego se derrame fluidamente a tu alrededor: Como el agua en el seno del cobre…