Hay una Turquía más allá de Estambul y merece la pena visitarla y conocerla. Dirijámonos pues iniciáticamente hacia el Este, en busca de ese horizonte oriental donde amanecen a diario, y no por ello menos prodigiosamente, la luz y el sol, en busca de los albores de nuestra civilización del cobre.
Viajemos primero hacia tierras de Anatolia Occidental y la Capadocia, para alcanzar luego la Anatolia Oriental: ORIENTÉMONOS espacial y anímicamente hacia los orígenes de nuestra cultura: DISFRUTEMOS LA RUTA DEL COBRE.
Os adelantamos ya que se hará indispensable volver de Anatolia con algún recuerdo artesanal en dicho metal. Souvenirs cúpricos diversos y variados, que pueden ir desde el jarrón de té hasta la pequeña deidad calcolítica, pasando por amuletos protectores, y/o las pulseras de bronce, cuencos acústicos etc., que nos permitirán al regreso seguir en contacto con la cuna de nuestra cultura, que es la del Calcolítico o Edad del Cobre, nacida allí en Anatolia hace cerca de 7.000 años.
Remontemos pues furtivamente la noche de los tiempos, hacia un paisaje y una región ciertamente edénicos, que tras las desglaciaciones de Würm y a finales del Neolítico se extendía entre el cauce de los ríos Tigris y Eufrates. Se sabe con certeza que el cobre fue intensamente extraído y usado en dichas cuencas, en diversas áreas de la actividad humana en Anatolia y Mesopotamia, dando inicio a la Era que lleva su nombre.
Siete mil años después, el perfeccionamiento en la decoración del cobre se sigue realizando en base a su repujado y pintado, que generan un arte de gran belleza y elegancia.
Anatolia (del griego Anatolé: “oriente, levante”; Anadolu en turco), llamada también Asia Menor, es una península de Asia, bañada al norte por las aguas del mar Negro y al sur y al oeste por el Mediterráneo. Ubicada en Oriente Próximo, se separa de Europa por los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. Hoy día pertenece a Turquía. Si bien sus límites orientales son algo imprecisos e incluso imaginarios, su área se estima en unos 756 000 km², es decir aproximadamente 1,5 veces la superficie de España.
El cobre fue uno de los primeros metales que usó el hombre, utilizándolo inicialmente en su estado natural, el cobre nativo, ya que se desconocían los mecanismos por los cuales se podía fundir el mineral. En estos primeros tiempos se moldeaba gracias a las técnicas del martillado o del batido en frío, por lo que esta fase no es considerada todavía calcolítica sino neolítica. El perfeccionamiento de las técnicas cerámicas permitió la experimentación con los procesos metalúrgicos, comenzando así el hombre a comprenderlos. Cuando ya los controlaba empezó a realizar diversas aleaciones con otros minerales, siendo las más habituales la mezcla con arsénico, primero, y la posterior con estaño, la cual dio lugar al bronce. También fueron usados el oro y la plata. Nacía la decisiva Edad del Cobre para la humanidad…
Evidentemente y aunque la edad del Cobre debe su nombre y siempre se ha identificado con el uso de los primeros metales por parte del hombre, hay muchos otros procesos de cambio asociados que son incluso más importantes que la propia metalurgia: la intensificación de la producción agrícola y ganadera; los nuevos modelos de ocupación del territorio; la especialización artesanal; el incremento de los intercambios; la estratificación social.
Todos ellos juntos provocaron a partir del V milenio a. C. en el entorno del Mediterráneo oriental un fenómeno que se ha denominado emergencia de las primeras sociedades complejas. Dentro de este conjunto de procesos la metalurgia fue únicamente una innovación tecnológica relativa, ya que fundir minerales cupríferos no requiere de técnicas especiales, sino solo de un cierto perfeccionamiento de los métodos utilizados para la fabricación de cerámica: la fusión del cobre se realiza a 1083 °C, temperatura que había sido casi alcanzada por algunas comunidades ceramistas en el Neolítico.
El aumento de la productividad en la agricultura se debió conseguir gracias al uso del arado; en el Mediterráneo, además, con las técnicas de regadío y la domesticación de la vid y del olivo, de todo lo cual se han encontrado indicios. Así, se pudieron ampliar las superficies en explotación y, gracias a la aparición del carro, transportar los excedentes producidos para su intercambio. En la ganadería se produjo lo que se ha venido a denominar “la revolución de los productos derivados”, consecuencia del aprovechamiento de la fuerza motriz del ganado, de la leche (y sus derivados) y de la lana.
La complejidad social fue el resultado del incremento y diversificación de la producción y los intercambios. Gracias a los intercambios se generalizó el uso de la rueda y del carro por Europa central y occidental, mientras que la metalurgia del cobre se extendió acompañando la expansión del vaso campaniforme.
Todos estos cambios provocaron el paso del modo de producción doméstico neolítico, autárquico y dirigido por grandes hombres (líderes temporales), a una serie de economías integradas e interdependientes, controladas por jefes estables, que, ejerciendo la coerción, se apropiaban de los excedentes, con lo cual comenzaron a generarse las primeras grandes desigualdades en el seno de las sociedades. Asimismo se produjo un claro crecimiento demográfico, que provocó la expansión, estabilización y nuclearización de las poblaciones, que, sobre todo en el área mediterránea, alcanzaron niveles considerados como proto-urbanos, con estructuras religiosas y santuarias, cierto urbanismo y una incipiente jerarquización de los asentamientos. A estas sociedades se les ha dado el calificativo de pre-estatales.
El carácter transformador de la metalurgia probablemente debió incidir en las mitologías calcolíticas generando divinidades demiúrgicas (modificadoras de la materia), y la estratificación social se debió reflejar también en unos panteones más jerarquizados, regidos por deidades masculinas y guerreras, que desplazaron a las diosas madre neolíticas.
Virtualmente cada aspecto de la vida en el calcolítico está asociado a lo ritual. Se llevaban adelante ceremonias para honrar a los Dioses y a los cuerpos celestiales. Es en esta Edad que emerge el concepto de “santuario” (la morada terrenal de los Dioses). Tres santuarios del calcolítico han salido a la luz: al Oeste del mar Muerto, en Ein Guedi, en Teleilat el-Ghassul, Jordania, y en Gilat, parte Norte del desierto del Néguev.
Siguiendo con las rutas del cobre decir que anteriormente al VI milenio a. C. se han encontrado artefactos de cobre en el sur de Turquía y norte de Irak, pero, posiblemente, habían sido trabajados en frío o calentados ligeramente para conseguir algo de ductilidad. En la cueva de Shanidar (montes Zagros, Irak) se han hallado colgantes hechos con cuentas de cobre en niveles correspondientes al 9500 a. C., o sea, del Neolítico inicial.1 Pero las primeras evidencias claras de fundición (señaladas por la presencia de escorias de cobre) se han hallado en Çatalhöyük, en Anatolia, y corresponden a un momento cercano al 6000 a. C. A lo largo del VI milenio aparecen más pruebas metalúrgicas por todo el sur de Anatolia, Irak y los Zagros iraníes, de lo cual se ha deducido que el sur de Anatolia y el Kurdistán (zonas ricas en minerales de cobre) pudieron ser las áreas donde se consiguió su fundición por primera vez. En Pakistán se fundía el cobre hacia el 4000 a. C. y, poco después, también en el norte de la India, Israel y Jordania. En Egipto y en los Balcanes se encuentran artefactos de cobre nativo no fundidos correspondientes al V milenio a. C., pero es durante el IV milenio a. C. cuando se produjo el auge de la metalurgia calcolítica balcánica, en un proceso de características autóctonas que terminó por expandirse a la Grecia continental y, posteriormente, a buena parte del resto de Europa, gracias a las redes de intercambio (de objetos e ideas) existentes desde el Neolítico.
En nuestro viaje hacia el cúprico Oriente os permitimos ofrecerte 7 consejos de indispensable visita en Anatolia:
Trebisonda, una ciudad arropada por el Mar Negro, donde la naturaleza toma su protagonismo desde hotelitos de cabañas en el bosque con vistas al Mar Negro, hasta el Monasterio de Sumela, que cuelga en un acantilado vertical de 300 metros de caída libre. Y, como si de un fiordo noruego se tratara, está Uzungöl, otra joya más de la Turquía desconocida.
En nuestro viaje hacia el cúprico Oriente os permitimos ofrecerte 7 consejos de indispensable visita en Anatolia:
Trebisonda, una ciudad arropada por el Mar Negro, donde la naturaleza toma su protagonismo desde hotelitos de cabañas en el bosque con vistas al Mar Negro, hasta el Monasterio de Sumela, que cuelga en un acantilado vertical de 300 metros de caída libre. Y, como si de un fiordo noruego se tratara, está Uzungöl, otra joya más de la Turquía desconocida.
Kars, una ciudad entre tres fronteras, que nos adentra en una tierra de paisajes desorientadores, montañas tortuosas y de llanuras infinitas y solitarias en las que, de vez en cuando, algún minarete asoma indicándonos que estamos en tierras musulmanas. Nos encontramos en territorio turco, en territorio armenio o en territorio kurdo, según con quién hablamos.
Ani, la ciudad de las mil y una iglesias. A unos 50 kilómetros de Kars, justo en la frontera con Armenia: Ruinas de murallas, calles, bazares e iglesias. ¡Muchas iglesias!. Y es que a Ani es conocida como la Ciudad de las Mil y Una Iglesias. Todas estas ruinas pertenecen a la que en su día fue una de las ciudades más prósperas e importantes de Oriente Próximo, a la altura de Bagdad o de la mismísima Constantinopla.
Doğubeyazit, con vistas al techo de Turquía. La naturaleza va cobrando otra vez su máxima expresión con montañas escarpadas, colores vivos y llanuras imponentes. Así, cerca de la frontera con Armenia e Irán y con el Monte Ararat –el pico más alto de Turquía y monte sagrado para los Armenio. Ararat, un volcán inactivo, con una cumbre de nieves perpetuas y legendaria es, según la Biblia, donde se posó el Arca de Noé después del diluvio universal.
Mardin, la ciudad de las lenguas. Bajamos hacia el sur para adentramos en Mesopotamia. La cuna de la civilización. Mardin, ubicada en la Ruta de la Seda entre los ríos Tigris y Éufrates, la que fuera la ciudad de las lenguas -debido a la convivencia de diferentes religiones, idiomas y culturas- se extiende colina abajo, dominando toda la llanura mesopotámica. Su parte antigua hace de esta ciudad una de las más bonitas y entrañables de Turquía. Los hoteles cueva que se esconden en el casco antiguo recuerdan a los de Cappadocia, con sus terrazas oteando la llanura, con vistas y puestas de sol espectaculares y callecitas laberínticas.
Göbeklitepe, el templo más antiguo del mundo. La evolución del ser humano fue muy lenta hasta la llegada de la Revolución Neolítica, cuando se descubre la agricultura y la ganadería y se pasa de una vida nómada a sedentaria. Con ello llegan el desarrollo de nuevas tecnologías, el arte, el culto o religión apareciendo las primeras civilizaciones cada vez más complejas hasta nuestros días. Sin embargo a 14 kilómetros de Sanliurfa y muy cerca de la frontera con Siria se asienta Göbeklitepe. De construcciones megalíticas, es considerado el templo más antiguo del mundo, superando al Stonehenge de Inglaterra y las pirámides egipcias. Anterior a la cerámica, la escritura y la rueda, los arqueólogos se preguntan si Göbeklitepe puede ser la primera pieza de arquitectura del mundo. Construido por personas prehistóricas para ser un centro religioso fundamentado en la cantidad de relieves que existen, se estima que la antigüedad del yacimiento podría ser de hace 12.000 años. Esto significaría que la religión apareció antes que la agricultura y la ganadería. A parte de ser centro de culto también se cree que era utilizado como centro de reunión de cazadores de la región en el que se celebraban rituales y compartían nuevas técnicas de caza. Si la tesis convencional apunta que la agricultura fue el motor del cambio, en Göbeklitepe fue la religión. Del deseo de crear un culto religioso surgió la necesidad de la agricultura y la ganadería y así, el sedentarismo y las civilizaciones.
Monte Nemrut, la magia de las cabezas de piedra gigantes. Uno de los lugares imprescindibles que hay que ver en Turquía. En lo más alto de la más alta montaña, a más de 2.000 metros de altitud se encuentra uno de los lugares más mágicos de Turquía, el Mausoleo de Antíoco I, rey del antiguo reino helenístico Comagene, del siglo I a. C. Aquí, entre dioses, leones, águilas y el propio rey se pueden contemplar de un modo magnífico la fusión artística de las culturas de Grecia, Persia y Anatolia. Este patrimonio mundial de la UNESCO que limita con el Kurdistán turco fue el lugar elegido por el rey Antíoco para autoproclamarse un Dios entre los vivos.
¡Pero dejemos por hoy la ruta del cobre en Anatolia, con infinidad de detalles paisajísticos y arqueológicos fascinantes por descubrir y redescubrir!
Seguiremos la próxima vez en latitudes más nuestras: Concretamente en el sur de la península ibérica, donde se han detectado también procesos metalúrgicos con el cobre, de origen autóctono durante el III milenio a. C., relacionados con las culturas arqueológicas de Los Millares y Vila Nova.
Dos de estos últimos yacimientos, Los Millares y Vila Nova, se sitúan en la actual provincia de Almería, aunque cabe destacar también las valencianas cuevas de cobre en Monteorquera y Villamarchante.
Yacimientos arqueológicos estos que son ya muy accesibles, físicamente muy cercanos a nuestro santuario cúprico COBRE29 SPA, en el espléndido Hotel Melià Valencia, donde la cultura del cobre recupera afortunadamente todo su apogeo, herencia milenaria y orientalización, para el disfrute de nosotras y nosotros las personas del siglo XXI, tan necesitados como estamos de salud, buenas vibraciones, relax sensorial y desconexión temporal.